jueves, 5 de marzo de 2009

DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER. Autor: Edgar Trejos



DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER

Hermano Arcadiano te diré: He dialogado con mis sentidos y mis sueños para vivir en este tiempo alucinado que me ha tocado en suerte; he dicho algo sincero en mi vida para decir adiós a muchas muertes, para permanecer altivo y perdurar ante las arremetidas de las falsas filosofías del hombre; y en 100 años he logrado finalmente mantener un destino verdadero, algo importante para toda vida, un Amor, este, mi Amor…


CARTA DE CERCANÍA O RAZONES PARA UN DECLARADO Y COTIDIANO AMOR POR UNA MUJER


Sabe el Señor, durante el vuelo solar de cada uno de los días que ha donado a mi planta desvalida en su viñedo rutilante, y lo sabe también el corazón por cuanto átomo de aire pleno de afecto y deseo ha entregado a mi vida para cimentar una razón realmente veraz de ser en el mundo, que no mienten ni mentirán estas palabras, motivo hoy de esta íntima celebración, expuestas para dar fe y testimonio de cuanto ha podido ser vivido en ardor y compañía de una mujer quien es para el crisol de nuestra humana presencia un sublime sortilegio de actos y caricias, de hallazgos y silencios, de compromisos, todo en suma; Ella, el fundamento férreo del frágil edificio de un hombre ante la vasta frontera plena de alivios y misterios, en un día más a su lado por vivir.

Podría estar perdido bajo fuerte lluvia, cruzado por insufribles vientos el norte y sur espirituales de este quien vive pronunciando su nombre, Ella, mi Ella; o protegido, aunque calado hasta los huesos, con el tibio paraguas que a todo enamorado ampara, y aún cuando el gris y el frío día indiquen extrema dificultad para arribar a puerto seguro, a tu lado cálido, Amada, habré siempre, a fin de afirmar desde mi vida misma la ardua y maravillosa travesía, de lograr tu amor para mi sueño, el festivo sueño del que ama y es amado; de entonar sin dilación ni duda estas mis razones para el Declarado y Cotidiano Amor por una mujer, Ella, Tú.


1.

POR COMPARTIR LA POESÍA


Amo a esta mujer porque conozco, he atesorado sin pausa, próximo a la apacible y silenciosa fiesta de su existencia, la espléndida aureola significativa
de sus rubores a lo largo de flexibles e intensos años de emotividad, alegría, dolor, rabia, llanto, frenético deseo, amor. Rubores que han hecho la vida vivida a su lado, nuestra vida, en cuya maduración afectuosa han participado mis

células hasta la gloria inmensa, elemental, humana, inesperada y flagrante, una obra de segundos a veces, loado sea Dios por permitirme esa ínfima pero maravillosa conquista, segundos únicos, eternos, de preciosa significación, en los que habría podido decir para qué he venido al mundo, para qué nacido, y lo he dicho al fin, feliz, cautivado por el completo aire de quien se reconoce a si mismo lúcido en su propia red de vivencias, en el fervor de una pequeña proeza realizada día a día: estar en compañía de esta Mujer que comparte la poesía que se lucha y trabaja, mi Amada.
Pero no hablo del rubor rubor, esa coloración que nos delata en ocasiones alguna suerte de arrobo interior, solamente; de otro rubor hablo, el que acompaña esa floración del rostro y es más intenso, cuando se exalta el espíritu incontenible ante algo, una presencia, cuyo ímpetu no puede ser rechazado por nuestro ser, como decir un levantamiento del alma. Dura un momento sí, se sabe, pero su fulgor opera un largo aliento en el reducido mundo de dos universos que se aman, dos que son una pareja gestando la poesía solar del día a día sin desmayo, alimentando el efecto benefactor de una verdadera iluminación espiritual que influye en adelante sobre cada acto, desde el más irrisorio hasta el más glorioso, en una convivencia que se pretende y espera armónica, ejemplar, gratificante siempre.
El ruborizarse de mi Amada ha celebrado, dulce, con infinita plenitud, sin cansancio, el viejo, repetido y siempre nuevo “Te quiero” que tantas bocas del mundo han silenciado por manido, ambiguo y soso, esa voz surgida en ocasiones difíciles desde la ensenada oscura de la fatiga para recibir como recompensa la alegría de una sonrisa que vale un potosí concentrado en la fuerza regocijante de un corazón agradecido que registra ese regalo, en la amplitud inesperada de un cuerpo grácil, hermoso, que se abre generoso ante ese llamado -un vestido de oficina que recupera su territorio íntimo, un bolso que se reconoce de esforzada luchadora, una medias en las que cabe el universo entero, unos zapatos de mujer cansada que ha vivido un día más de trabajo y encuentros, de asedios lujuriosos, de intrigas laborales, una inmensa mujer que retorna a casa a salvo y desde la puerta saluda incomparable la luz de su hogar que la recibe y recupera con la gesta tranquila y vigorosa de un “Te quiero” campeador, por fin llegaste- esa voz que recompone el desorden y el silencio de un día sin ese aroma salvador, el amado perfume de la mujer amada.
Sin ese rubor espiritual, digo, que ha salvado de desastres familiares muchos momentos amargos, mantenido a raya la herida de la separación, enfrentamientos violentos y graves dificultades, hubiera sucumbido ya este Amor en el silencio cruel, en la rutina asfixiante de la obligación, en el olvido.


2.

CON ELLA LA VIDA HA SIDO VIDA


La Amo, hasta el punto de pensarla instante tras instante durante cada uno de
mis días; pues he llegado, al cabo de los años que hemos sufrido, gozado y compartido juntos, a cerciorarme, sin vanagloria ni aspavientos, de una curiosidad emotiva, pertinente sólo a un ámbito puramente sentimental se diría,

hazaña esta que considero un regalo del afecto correspondido: Puedo dibujarla con absoluta minuciosidad, como si le tomara una fotografía pensada con mis manos, como si la tuviera siempre al frente, sonriente -a tal delicado acercamiento he llegado, con la debida calma de quien vive su vida, el tiempo de su vida, hasta la orilla misma de su piel, de su respiración- en alguna o cualquiera de las formas a que la somete su cotidianidad.
Sentada en su oficina tomando tinto, conversando en la cocina, leyendo serena un artículo importante, una información de prensa, en medio de una reunión, caminando una calle de la ciudad, en el metro, almorzando en los miles de rincones que busca para sacudirse un poco el ambiente de sus compañeros empleados, en el parque bajo las ceibas los domingos como una anciana más camuflada en las bancas del desconsuelo, en la iglesia dando cuenta a Dios de su peregrinar, en el café de artistas donde se reúne con sus amigos los poetas caídos en desgracia, en su salón de clases explorando y exponiendo sus conocimientos, incluso conversando con algún amigo socarrón y melifluo que bajo las riendas de algún roncito cariñoso pretende su mirada de amante.
Podría dibujarla con minuciosidad como si yo mismo, mi cuerpo, mi ser todo, fuese su piel blanca, delicada, deseante, su cuerpo de sibila venida a la tierra sólo para salvarme del suicidio. Así es el asunto. He llegado a sentir en mis átomos los suyos; como si mi sistema nervioso fuese todo su ser, sus mismos movimientos, cada gesto suyo, su risa, sus palabras.
Puedo trasladarme, hasta hallarlo, y encontrarlo como un antiguo camarada, viejo amigo de guerras y otros olvidos, sin moverme desde mi propio espacio, a su amado territorio físico, a su cuerpo entero, a la tibieza excitante de su geografía corporal. Conmigo caminan sin pausa, mientras viajo múltiple y exigido por el apremio existencial de un mundo en el que hay que ponerse pálido para sobrevivir, las emanaciones pacificas y dulces de mi Amada, sus pasos uno a uno, su mirada mientras transcurre el día, las luces y oscuridades
del día que la regresará a su casa para mi aliento, en el cuarto donde habitualmente la espero.


3.

POR EL SEXO DESCUBIERTO


Al principio nuestra vida era como un piano perdido, cerrado y de llave desconocida: no habría en el mundo quien hiciera vibrar su melodía latente. Un solo lamento predecible el horizonte, después de la rápida y sencilla ceremonia del altar erótico. ¿Qué hacer para cambiar la senda equívoca y amarga de quienes han soñado la felicidad sexual y no se atreven a entreabrir la ventana de sus propias ansiedades?. No nos prometimos ser la escalada de unos Sísifos ardientes. Pero algo hubo qué hacer. Con calma y afecto fuimos descubriendo el azahar que nos correspondía en la fresca hondonada de los matrimoniados recientes.
Ella vino a ser un sol erguido entre mis manos lunáticas. Ella terminó siendo una fuente atrayente en la que mi mundo todo cupo. Ella es una fiesta profunda que despierta a cualquier hora impensada, no precisa adelantos complicados,

fingidos, inexplorados cosmos de células hambrientas -las mías- a su alrededor. Ella es una manzana gustosa esperando siempre dientes atrevidos. Ella es un cuerpo anhelante buscando estrellas boreales de explosiones de gozo. Ella es la espera excitante, exultante, yo soy el que la busca, el buscador de sus sueños, de su nombre; yo soy el ansioso por la muchacha oculta del día para inaugurar el franco horizonte de un encuentro que nos encuentra y pierde al alba de una íntima y desconocida piel, la nuestra encendida de deseos.

Bebo sin pausa estos largos y cortos años a su lado, extasiado e incansable, el altivo néctar de los rosados volcanes impregnados de luna y fuego que le ofrece mi Amada a mi mundo en las mañanas, en esta hora su jugo es más que necesario, urgente. Cada primavera suya la hace más hermosa. Como el viejo jardinero de las fábulas yo soy un ignorado sembrador en este paraíso que Ella es. Ella levanta cuando quiere las agitadas estrellas del deseo hasta el sagrado abismo del encuentro en su boca de lluvias y agonías errantes, un refugio su cielo donde estalla el luminoso tobogán de su cuerpo en el que puede verse palpable el arco iris de los deseantes bajo la luz del abrazo. El deseo inunda la pradera de todos mis sentidos cuando la frontera de sus ojos colma el cenit de mi ansiedad. Es una momentánea y hechizante algarabía la que se apodera de mi ser. Vivir así quiero hasta saciar mi sed de eternidad y un día saber que para Ella represento el infinito mismo.

Sometido al rayo profundo de su mirada, su cuerpo crecido, ese más allá de su mirada que me atrae, rumoroso, en el que siempre quiero estar y espero durar hasta volcar irremediable esta secreta necesidad de fuego en el cántaro misterioso de su mundo; déjame ser el dueño de tu sueño al mediodía de este deseo que me asalta de frente con el bello aguijón de tus pechos enhiestos, le pido, día tras día cada día como un orante ante su diosa de los bosques de

ardor. Sin ti Mujer Amada de las inundaciones que mantienen en vilo los péndulos de mis soterradas perversiones de hombre ya mayor, no hallo sitio en las arduas fronteras del tiempo, un tiempo que carcome ahora mis venas, esto que soy, una angustiosa danza de desvelo, una inquietud enorme como de temblorosa epidermis, de ansiedad que rechaza silenciarse, danza anhelante como de vampiro insatisfecho buscando a estas alturas de la vida una nueva sangre que salve mi alma y la recupere del triste peso de la vejez que atribula mi sombra entregada con pavor a la terrible espera de la muerte. Sin ti no encontrarían senda accesible mis manos de violinista ciego hacia ningún otro laberinto luminoso dónde acallar el llamado perenne de la Mujer que Amo. Desprotegido de su fuego y su fuerza, alejado de las inesperadas dádivas que perfuman su existencia, no encontraré umbral para refugiar mi destino ante los peligros que sin sosiego acechan.


4.


POR EL TIEMPO VISTO ARRIBAR SIN MIEDO


Muchas tardes de vivientes tozudos ha cruzado nuestro ser, tardes en las que el sentido de senda recorrida -que se lleva poco a poco, paso a paso con un paulatino sobreaguar las profundidades del vivir sin eludir responsabilidades

cuando se está a punto del fallecimiento o la perentoria derrota-, ha multiplicado el benéfico aleteo de una vida pacífica, vivida sin estrangulamiento de principios fundados en el buen pensar, el buen obrar, sin vender el alma a los movimientos de las modas y el comercio que la sociedad aproxima para supervivir falsamente. Tardes escritas con fervor y delicadeza, como un poema que entroniza el fuego de su palabra en el arca esperada del siguiente día, en las que Ella ha mostrado lo vivo de su aposento en el mundo, lo necesario e importante de sus brazos para la marcha conjunta. Muchas horas de estas tardes infinitas hemos paseado nuestro corazón por la húmeda tierra de inolvidables versos, fundamentales para respirar, lo que nos ha dado la fuerza que nos ha permitido ver el tiempo pasar, arribar su barca de angustias sin miedo, seguros de los crepúsculos espirituales cuya sabiduría atesorada jamás, jamás, nos será arrebatada. La vejez y su turbia mirada, ese horizonte oscuro de melancólica impotencia, no ha impedido la música de nuestras esferas nutrida con la imaginación que nos ha dado el fuerte anillo del tiempo, este que hemos trenzado viviendo juntos, permaneciendo juntos, claros y sin complejidades inventadas, para resistir los embates de la rutinaria mentira. Se nos ha ido el tiempo leyendo, leyéndonos, conversando de la vida, de la poesía necesaria para no ser lobos afuera para el hombre, ni lobos entre las sábanas de piel para nuestro amor, ni lobos para los hijos en nuestra propia casa. Qué arrulladora felicidad cantar juntos en esas tardes amadas, canciones que comunican nuestro espíritu mientras bebemos alegría de los poetas en los vasos de nuestro deseo, con la inagotable certeza de hacerlo otra vez y otra vez cada vez que nos miramos a los ojos con el mismo paraíso inscrito en ellos. Nunca será vano acometer, de pronto, en tardes así de antiquísimo murmullo esencial y comunión, la acuciosa y calcinante obligación del amor que nos reclama sin remedio. Y siempre será indispensable preparar el corazón para el encuentro de nuestro aliento más puro, el metafísico, que nos acerca a Dios en estas manifestaciones elementales del ser. Entonces se comprenderá por qué hemos sobrevivido sin herirnos, contra todo designio de

maldición para los compartidos amores de larga duración, o la consabida premisa del cansancio del tanto tiempo juntos: cuerpo no hay que aguante cien años de mal concubinato, y se reconocerá la valentía de superar, sin rencores ni avaricia ni mezquindad contra quien aporta menos, sin necesidad de viajar cada año a playas misteriosas o europeas para acatar recomendaciones sexuales de sicólogas de escritorio, las épocas de debilitada economía, las tempestades de estrechez monetaria que arruinan tantos amores y familias, el pavoroso enemigo, silencioso como mala sangre, que es la pobreza para un amor que se plantea eterno.
Nunca me he sentido, al lado de esta Mujer que es mi Mujer, como muchos, anónimo y vacío, contando sólo con la innumerable juventud de su ser pensado inagotable. En la poesía de nuestra reunión sin estridencias hemos templado mi Amada y Yo, los mejores músculos de nuestros mayores sueños, apertrechándonos, sí, defendiéndonos, para verlos realidad un día no lejano, aquí, ahora. Así ha sido nuestro hilvanar vital en la lenta y cálida disipación de las sombras que han rondado en muchas estaciones nuestro huerto cerrado.

Por todo esto LA AMO
y la amaré todavía en otros cien años más.

Para María Cecilia
Mayos 5 de toda la vida en todos los instantes a su lado
sumergido en los Solsticios del corazón recuperado.


EDGAR TREJOS
etreve@hotmail.com



2 comentarios:

Lidia Corcione dijo...

Textos que atrapan y me hacen pensar que soy parte de ellos, pues se entretejen magistralmente y las palabras hacen un viaje astral que no termina para abrazar lo eterno en este camino que no es camino sino un vuelo intangible.
Felicitaciones
Excelentes.
Lidia Corcione

mercedes saenz dijo...

Querido Edgar: Todo este pliego de bellos textos me han conmovido profundamente. Son muy bellos, en un idioma lírico para mí, que llega más allá de todas las capas de la piel. Felicitaciones. Un abrazo. Mercedes Sáenz